Abstract
“En el cine mexicano, levantarles las faldas a las buenas conciencias en la década de los setenta del siglo pasado parecía ya un ejercicio común. La transgresión moral pronto se volvió cliché y pasó del novedoso susto al previsible tedio dramático. Centrados en la provocación anticlerical, los cineastas durante el echeverriato se solazaron en destapar contenidos que evidenciaban la mojigatería; es decir, sobre todo había que retar a la censura y exhibir sus miserias corporales que orillaron a esperpentos.”